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Cuatro años, cuatro meses, cuatro días… para implantar la TDT

TDT

Este es el tiempo que media entre el 30 de noviembre de 2005, fecha del segundo lanzamiento de la Televisión Digital Terrestre en España, y el 3 de abril de 2010, que es el momento elegido para realizar el apagado definitivo de la televisión analógica. Aunque en las culturas orientales se considera al cuatro como un número que trae mala suerte, su simbología también se caracteriza por la tenacidad, incluso la obstinación, a la hora de conseguir una meta. No se ha aclarado si, a la hora de planificar una transición digital tan corta en el tiempo, se pretendía alguna vinculación con este significado o fue más bien fruto de la casualidad. El caso es que la voluntad y la disciplina que, en el campo  astrológico, simbolizan al número cuatro están en trance de ofrecer el resultado esperado.
Algo menos de cuatro años y medio es el tiempo en el que se quiere completar la transición digital española, un plazo inferior al que se ha fijado en países como Francia (6,5 años), Italia (8 años) o Reino Unido (10 años). De todas formas, la complejidad del caso español no reside sólo en el factor tiempo sino en la necesidad de adaptar la mayor parte de la red de antenas colectivas de recepción terrestre a la nueva tecnología digital, en un país donde la distribución de la señal televisiva vía cable, satélite o modem ADSL es, todavía, notablemente inferior a la de estos países.
A menos de un año para el apagado, el ritmo de adaptación alcanzado (que es monitorizado mensualmente por el Observatorio de Impulsa TDT) permite presagiar el cumplimiento, en términos generales, de los plazos marcados. Aunque el proceso se tuviera que prolongar unos meses para resolver problemas puntuales de última hora en algunas zonas del país, su culminación representará todo un hito que permitirá recuperar el tiempo perdido desde 2002, cuando el fracaso en la implantación de un modelo exclusivo de pago para la TDT, representado por Quiero TV, llevó a España a perder la iniciativa y a poner en peligro el cambio de tecnología.
Además de cumplir el calendario previsto, la completa implantación de la TDT suscita la necesidad de prestar atención a algunas otras asignaturas pendientes de las que dependerá el éxito o fracaso de la transición. Con el cambio de sistema entra en crisis el antiguo modelo y eso obliga a cambiar para sobrevivir. El momento actual viene definido por una gran incertidumbre entre los radiodifusores (acechados por una crisis publicitaria que se añade a la previsible fragmentación y reparto de las audiencias históricas, y abocados a estudiar un cambio de modelo de negocio del que no se excluyen las fusiones empresariales) y un cierto distanciamiento de los espectadores que, más allá de la obligatoriedad del cambio, no terminan de apreciar las ventajas que se han pregonado sobre la TDT.
El proceso de transición se va a realizar más por obligación que por convicción, más por seguir disfrutando de la oferta televisiva generalista (ante el apagado inevitable de la señal analógica) que por la atracción que pueden ejercer los nuevos canales y contenidos digitales así como por el resto de ventajas (muchas de ellas todavía inéditas) que ofrecía la televisión digital. Esta situación, sin embargo, puede entenderse como algo puramente coyuntural. Es razonable pensar que, en un escenario completamente digitalizado, el funcionamiento del mercado audiovisual será distinto y que los espectadores podrán empezar a comprobar las verdaderas capacidades de la TDT, entre ellas las emisiones en alta definición y el enriquecimiento de la oferta de contenidos, la mejora en las condiciones de accesibilidad para los colectivos con alguna discapacidad, el aumento de los servicios interactivos y de valor añadido y, en definitiva, la integración del televisor en el universo multimedia.
La caída de la inversión publicitaria, que se ha hecho patente en el mercado a partir del segundo semestre del año pasado, añade un plus de dramatismo entre los radiodifusores al cambio de modelo audiovisual en un momento, además, en que prácticamente la totalidad de los nuevos canales digitales, y algunos de los nuevos analógicos, todavía no conocen el término rentabilidad. Después de varios años con tasas de crecimiento de dos dígitos por ingresos publicitarios para el conjunto de cadenas nacionales (el 10,7% en 2006 y el 14,1% en 2007, año en que se superaron los 3.000 millones de euros) 2008 ha marcado un punto de inflexión con una caída del 11%. En el presente año puede producirse una reducción todavía mayor, que situaría a las televisiones nacionales en niveles de ingresos de 2004-05, previos al lanzamiento de la TDT y de los dos nuevos canales analógicos en abierto (Cuatro y La Sexta), que son los únicos que en 2008 han seguido teniendo un crecimiento positivo de sus ingresos publicitarios, en paralelo al aumento de su cuota de pantalla aunque por debajo de lo marcado en sus planes de negocio.
En estas condiciones, la principal asignatura pendiente para el último año de la transición digital (dando por hecho el cumplimiento de los plazos de apagado) será conjugar las dificultades de los operadores con las lógicas expectativas creadas entre los espectadores en torno a la TDT. En este sentido se inscribe el Decreto Ley 1/2009 sobre medidas urgentes en materia de telecomunicaciones, que será tramitado como Proyecto de Ley en el Congreso. Su aprobación hará realidad, por vez primera, la prestación de la televisión como un servicio universal para el 100% de la población (algo que no existía en la época analógica) apoyando para ello la difusión terrestre con la satelital. También se abre la puerta a un nuevo diseño del mapa audiovisual, mediante la autorización de procesos de concentración empresarial para sortear los actuales problemas de financiación. La urgencia de los plazos ha llevado al Gobierno a no esperar la tramitación de la anunciada Ley General Audiovisual para aprobar esta medida, antes de que las políticas de reducción de gastos alcancen de lleno a las propias parrillas de programación.
Es en este escenario, el más complejo desde que se inició el proceso de transición digital a finales de 2005, en el que se van a tener que poner las bases de la televisión del futuro. Las nuevas prácticas emergentes en el consumo de televisión demuestran que la fragmentación de audiencias ya no es una amenaza para los canales históricos sino una realidad que aún no ha tocado fondo. Los nuevos canales exclusivos de la TDT ya representaban a finales de marzo el 8,5% de toda la cuota de pantalla de televisión (más que La Sexta y muy cerca de Cuatro) y además se está abriendo paso una creciente diversificación de las pautas de consumo, más allá del hogar y del propio televisor, que entroncan directamente con la cultura del multimedia.
Una de las alternativas que más debate está generando estas últimas semanas es la de ofrecer servicios de pago a través de la TDT. Las diferencias sobre este asunto entre los radiodifusores privados son más de oportunidad y estrategia que de fondo y la crisis del tradicional modelo de negocio, basado en ingresos por publicidad, no hace sino allanar el camino a su regulación.
En momentos de recesión, la televisión se convierte en uno de los refugios preferidos para el ocio familiar. Junto al nuevo paquete de canales, algo habrá tenido que ver también la crisis económica en el aumento del consumo de televisión en España que el año pasado alcanzó una cifra récord  de 227 minutos mensuales, cuatro más que el año anterior y diez más que en 2006. Un viejo lema de la televisión de pago señala ‘staying in is the new going out’ o, lo que es lo mismo, ‘quedarse (en casa) es la nueva salida’, en la convicción de que el público está dispuesto a pagar por tener la distracción en casa. En España, más del 75% de los hogares no está suscrito a ninguna plataforma de TV de pago por cable, satélite o ADSL, lo que convierte a la televisión de difusión terrestre en el modelo prevalente y por tanto en el ámbito preferido para ofrecer contenidos de pago.
Así lo ha entendido Mediaset, el principal grupo privado audiovisual italiano que es además líder de los contenidos en pago por visión (ppv) sobre la TDT y accionista mayoritario de la española Telecinco. La compañía que preside Berlusconi considera la TV de pago como uno de sus mejores activos estratégicos para el futuro. No en vano tiene activadas más de 3 millones de tarjetas pre-pago (para la compra de contenidos sobre la TDT) en el mercado transalpino y su facturación en 2008 por este concepto superó los 400 millones de euros, con un crecimiento del 79% respecto al año anterior. Esa cantidad representa el 44% de los ingresos publicitarios de Telecinco en España, cadena líder de ventas con 920 millones de euros, y casi el 60% de Antena 3.
La gestión de un múltiplex completo, con un ancho de banda de 20 megabits, por cada uno de los actuales radiodifusores, con una penetración real en el 100% de hogares, tiene un potencial tecnológico que sólo el futuro será capaz de desvelar en su integridad, pero que puede convertir al televisor en el mejor caballo de Troya para el acceso universal a la Sociedad de la Información.
Por ello, la cesión gratuita de esta capacidad espectral de alcance universal a los radiodifusores debería ir acompañada por determinados compromisos con la sociedad para hacer más visibles que hasta estos momentos las ventajas que puede ofrecer la tecnología digital. Más allá del debate sobre los servicios de pago que se pueden ofrecer sobre la actual plataforma de la TDT en abierto, y que pueden suponer un aliciente importante para algunos grupos sociales como complemento premium a los contenidos de la programación generalista y temática, los espectadores también esperan que la TDT esté a la altura de las expectativas creadas en torno a ella, y que las ventajas que se le supone puedan estar al alcance de todos.
Para empezar estaría bien que se cumplimentara la información de servicio y se respetaran las guías de programación como un servicio elemental de ayuda a la navegación por un sistema de canales cada vez más complejo. El respeto a los espectadores debería traducirse también en el mantenimiento con carácter general de las bandas sonoras originales en todo tipo de series, películas o documentales, con el correspondiente subtitulado de apoyo. Tanto el subtitulado digital como la audiodescripción deberían ser tomados en serio (empezando por una regulación específica más allá de textos declarativos) para hacer realidad el acceso de todos, también el de las personas con problemas auditivos y de visión, a los servicios de la televisión digital.
La inevitable regulación de la TV de pago sobre la TDT debería aprovecharse para relanzar también otro tipo de servicios interactivos, vinculados a la programación, y de la Sociedad de la Información, en aspectos referidos a la educación, la sanidad o el entretenimiento. Requisito fundamental será la implantación de una plataforma tecnológica horizontal y abierta para todos los radiodifusores, tal como han solicitado expresamente las empresas españolas de televisión interactiva agrupadas en torno a AEDETI.
La alta definición también está ya en la rampa de salida, a la espera sólo de que se planifique el camino que han de seguir sus emisiones a través de la TDT. En este sentido sería recomendable atender mejor a la defensa de los ciudadanos como consumidores mediante una información clara y suficiente de las características de los equipos de recepción que se ponen a la venta, evitando la posibilidad de comprar aparatos que en apenas unos meses puedan quedar obsoletos y aclarando las posibilidades reales de  acceso a las emisiones en alta definición.
La lista podría ser más amplia, pero si se cumplieran básicamente estos objetivos en el tiempo que resta hasta el apagado podría decirse que la transición habrá sido un éxito, no sólo por haber cumplido los plazos sino por haber sentado las bases de la televisión del futuro. El papel del regulador en este proceso, fundamentalmente el Gobierno de la nación, será clave en los próximos meses para allanar el camino de los radiodifusores y conseguir la satisfacción de los usuarios. Todavía dispone en su mano de elementos regulatorios muy potentes, como el referido a la TV en movilidad, y tan controvertidos como el futuro reparto del dividendo digital, el espectro sobrante después del apagado analógico.
A pesar de las predicciones, a veces en tono casi apocalíptico, sobre la secular tendencia española a llegar tarde a todas las citas con el desarrollo tecnológico, la racha puede romperse en esta ocasión. España, junto con Francia, Italia y Reino Unido, forman el núcleo duro de la nueva televisión digital, multicanal y gratuita que se ha puesto en marcha en Europa. Más de cuarenta millones de hogares ya tienen acceso a la TDT en estos países y otros cincuenta millones más lo harán en un plazo máximo de tres años. España será, posiblemente, el primero de estos cuatro países en completar la transición de todo su sistema audiovisual, después de haber sido el último en iniciarla. Pero para que el esfuerzo haya merecido la pena será necesario no hacernos trampas a nosotros mismos para que la TDT sea de verdad una televisión más abierta al futuro que pendiente de su pasado.

TXT: Antonio Moral